¡Hagamos una torta de pringue para nochevieja! Y de repente se
evocan olores, sabores… recuerdos de la infancia. De la familia, del calor de
la lumbre, de mi madre amasando la torta y nosotros mirando y esperando que
estuviese preparada. Ponerla en la llanda, ponerle azúcar por encima como una
lluvia… llevarla al horno… esperar… volver… y ¡no poder esperar más! Nos la
comíamos caliente. Recién hecha.
Para hacerla, empezamos por buscar la fuente primaria de una receta
que se elabora, desde hace al menos dos siglos en la familia: la Chacha
Lourdes. “Ay nena, si yo pudiera la haría yo…” y me cuenta ingredientes y
medidas para una tasa. “Que con eso tenéis bastante para todos”
Y manos a la obra. Gonzalo y Antonio van en busca de un cuarto
de pringue a la carnicería de la Maruja que es donde lo hemos comprado siempre.
Hacía falta que el dependiente supiera que estaban pidiendo: “pringue” y tuvo
que acudir la memoria en forma de dependienta para darles “manteca colorá” que
les regalaron “porque esto ya no lo pide nadie”
Mientras tanto, hay que encargar 1 kg y cuarto de masa de pan
sin cocer. Y Mª del Carmen va, eficiente como ella sola, a gestionar la
delicada tarea en la panadería del hijo de “Cocina” La solera en forma de pan.
Y el último ingrediente: cuarto y mitad de azúcar, que compramos
del Remolino. Que lleva vendiéndonos la comida nuestra de cada día, desde que
levantábamos tres palmos del suelo.
Y con estas sencillas tres cosicas, nos vamos al campo de la
chacha Resurre para que el horno de leña, dé el toque, a los recuerdos que
evocamos.
Me toca hacer la torta, calentar el pringue hasta que esté
líquido, verterlo con cariño y mezclarlo, con la masa de pan y el azúcar, hasta
que la masa se deshace en las manos. Germán no puede evitar meter las manos y sentirla
entre los dedos.
Y así, al sol de invierno, se preparó esta torta de pringue y el
horno de leña a 180ºC la coció en 35 min.
Texto de Begoña Sánchez
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